Todos los viernes en la asamblea leemos un pequeño relato que
nos ayuda a reflexionar sobre algunos aspectos de nuestra vida que nos gustaría
mejorar. La semana pasada Belén nos sorprendió con este cuento que escribió
ella misma y que leímos en la asamblea.
Muchas gracias Belén. Es una maravilla poder tener una
persona como tú en el centro.
Los profes
SEREMOS HUMANOS
En un lujoso edificio en el centro de Manhattan, vivía un
apuesto y elegante, pero egocéntrico e inconformista chico de veinte años
llamado Tom, quien estaba podrido hasta las entrañas de codicia y deseo de
grandes riquezas.
Tom era hijo de conocidos empresarios, por ello, sus
bolsillos y tarjetas de crédito siempre iban a rebosar de dinero. A él le
gustaba alardear de ello, le encantaba restregárselo a todas aquellas personas
que no podían permitirse todos los caprichos que les gustarían.
Tom no tenía amigos, era tan narcisista que pensaba que con
su sucio dinero ya lo tenía todo. O eso quería pensar él porque, aunque no
quisiera aceptarlo, la mayoría del tiempo se sentía solo, y le gustaba
imaginarse cómo sería todo si tuviese una vida normal. Pero él intentaba
convencerse de que todos aquellos pensamientos eran tonterías que todo el mundo
se preguntaba alguna vez.
Un día, Tom iba caminando al centro comercial. En la entrada
de éste había un indigente vestido con harapos sucios y viejos y desprendía un
olor tan desagradable que Tom pensó que llevaría años sin lavarse, y de haberlo
hecho, seguro que había sido en una alcantarilla. Así que lo miró con
desprecio, alzó la cabeza y se alejó del triste vagabundo con superioridad.
Tom pasó toda la tarde de tienda en tienda, no había cosa
lujosa y cara que no se hubiese comprado, pues incluso se había comprado un
anillo de voluminosos diamantes.
Cuando salió del centro comercial con las bolsas en la mano,
la noche ya había caído, pero el indigente seguía allí, acurrucado en una
esquina, con un cartel delante de él en el que ponía “Ayúdame” y en el que Tom
había reparado antes.
Tom volvió a mirarlo con desdén y se giró para emprender su
camino, pero había un hombre delante de él apuntándole con una navaja. Tom
entró en pánico, pues estaba solo en la mitad de la noche con un hombre frente
a él amenazándolo.
-¡Socorro! Gritó lo más alto que pudo.
El hombre de la navaja se acercó más a él y cuando Tom creía
que iba a ser atacado, el indigente se puso delante de él, cara a cara con el
hombre armado. El indigente le dijo algo que Tom no pudo escuchar, pero el
hombre armado echó un vistazo al chico, y luego volvió a desaparecer en la
oscuridad.
El vagabundo volvió a su lugar sin mirar a Tom.
-
¡Espera!
Le dijo Tom acercándose a él. -¿Por qué me has ayudado? He sido grosero contigo.
El vagabundo lo miró con sus ojos cristalinos y le dijo:
-
Muchacho,
tú has pedido ayuda y yo te he ayudado. Porque somos humanos y es nuestro deber
ayudarnos entre nosotros. Si no ¿quién lo hará?
Tom se quedó perplejo ante las
palabras del viejo indigente. Entonces, tras recapacitar dos minutos, se metió
la mano al bolsillo del pantalón y sacó un gran fajo de billetes y se lo tendió
al vagabundo.
-
No
tienes por qué hacerlo muchacho. No soy de esas personas que esperan algo a
cambio. Dijo el vagabundo apartando el dinero con la mano.
-
No
es por haberme salvado. Respondió Tom. Es porque tú estás pidiendo ayuda.
Señaló el cartel en el que pedía ayuda y sonrió. Y yo quiero ayudarte. Porque
soy humano.
Belén
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