viernes, 24 de mayo de 2019


Todos los viernes en la asamblea leemos un pequeño relato que nos ayuda a reflexionar sobre algunos aspectos de nuestra vida que nos gustaría mejorar. La semana pasada Belén nos sorprendió con este cuento que escribió ella misma y que leímos en la asamblea.

Muchas gracias Belén. Es una maravilla poder tener una persona como tú en el centro.
Los profes

SEREMOS HUMANOS
En un lujoso edificio en el centro de Manhattan, vivía un apuesto y elegante, pero egocéntrico e inconformista chico de veinte años llamado Tom, quien estaba podrido hasta las entrañas de codicia y deseo de grandes riquezas.
Tom era hijo de conocidos empresarios, por ello, sus bolsillos y tarjetas de crédito siempre iban a rebosar de dinero. A él le gustaba alardear de ello, le encantaba restregárselo a todas aquellas personas que no podían permitirse todos los caprichos que les gustarían.
Tom no tenía amigos, era tan narcisista que pensaba que con su sucio dinero ya lo tenía todo. O eso quería pensar él porque, aunque no quisiera aceptarlo, la mayoría del tiempo se sentía solo, y le gustaba imaginarse cómo sería todo si tuviese una vida normal. Pero él intentaba convencerse de que todos aquellos pensamientos eran tonterías que todo el mundo se preguntaba alguna vez.
Un día, Tom iba caminando al centro comercial. En la entrada de éste había un indigente vestido con harapos sucios y viejos y desprendía un olor tan desagradable que Tom pensó que llevaría años sin lavarse, y de haberlo hecho, seguro que había sido en una alcantarilla. Así que lo miró con desprecio, alzó la cabeza y se alejó del triste vagabundo con superioridad.
Tom pasó toda la tarde de tienda en tienda, no había cosa lujosa y cara que no se hubiese comprado, pues incluso se había comprado un anillo de voluminosos diamantes.
Cuando salió del centro comercial con las bolsas en la mano, la noche ya había caído, pero el indigente seguía allí, acurrucado en una esquina, con un cartel delante de él en el que ponía “Ayúdame” y en el que Tom había reparado antes.
Tom volvió a mirarlo con desdén y se giró para emprender su camino, pero había un hombre delante de él apuntándole con una navaja. Tom entró en pánico, pues estaba solo en la mitad de la noche con un hombre frente a él amenazándolo.
-¡Socorro! Gritó lo más alto que pudo.
El hombre de la navaja se acercó más a él y cuando Tom creía que iba a ser atacado, el indigente se puso delante de él, cara a cara con el hombre armado. El indigente le dijo algo que Tom no pudo escuchar, pero el hombre armado echó un vistazo al chico, y luego volvió a desaparecer en la oscuridad.
El vagabundo volvió a su lugar sin mirar a Tom.
-          ¡Espera! Le dijo Tom acercándose a él. -¿Por qué me has ayudado? He sido grosero contigo.
El vagabundo lo miró con sus ojos cristalinos y le dijo:
-          Muchacho, tú has pedido ayuda y yo te he ayudado. Porque somos humanos y es nuestro deber ayudarnos entre nosotros. Si no ¿quién lo hará?
Tom se quedó perplejo ante las palabras del viejo indigente. Entonces, tras recapacitar dos minutos, se metió la mano al bolsillo del pantalón y sacó un gran fajo de billetes y se lo tendió al vagabundo.
-          No tienes por qué hacerlo muchacho. No soy de esas personas que esperan algo a cambio. Dijo el vagabundo apartando el dinero con la mano.
-          No es por haberme salvado. Respondió Tom. Es porque tú estás pidiendo ayuda. Señaló el cartel en el que pedía ayuda y sonrió. Y yo quiero ayudarte. Porque soy humano.
Belén

No hay comentarios:

Publicar un comentario